El sonido de
unos tacones al caminar desvió la atención de Dael Firely quien examinaba
minuciosamente unos mapas de Rubí y Diamante, habían pasado varias horas desde
que había arribado a aquella base militar abandonada. La mujer, aquella
orgullosa y sensual dama, lo había citado hacia meses atrás con el propósito de
discutir la continuidad de la guerra. Sobre su dedo sujetaba un anillo de
cristal, muchos años antes, la muchacha que había logrado robarle la
respiración se lo obsequió tras una fogosa noche que cambiaría el curso de la
historia.
El hombre de espalda ancha, ojos
intensos color avellana, cabello marrón oscuro, muy corto, una sonrisa
brillante que formaba unos hoyuelos exóticos. Su rasgo más notorio eran sus
pestañas, muy largas a decir verdad, las cuales otorgaban un marco ideal para
sus redondos ojos. Tenía una barba pequeña en forma de candado y una nariz
larga pero que encajaba perfectamente en su cara, sólo Dael podía lograr
aquello. Su ropa siempre era de guerra, borceguíes negros con punta de metal,
una campera bordo que cargaba por debajo un chaleco antibalas, en los
pantalones también tenían distintos tipos de protecciones firmes y casi se
podría decir inquebrantables. A veces solían llamarlos “robots” a los soldados
de Rubí, es bastante difícil, por no decir imposible, encontrar un punto débil
con aquel tipo de “armadura”.
-Es increíbles
que aún temas de mí, Dael.- La voz de una mujer hace aparición en aquel sucio
lugar, inhóspito y deshabitado de carbones, probablemente por su cercanía a
zonas de residuos nucleares. Los carteles de “PELIGRO” a lo largo de todo el
camino hacía aquel lugar demostraban el riesgo que corría Dael y sus soldados.-
Creo que te he demostrado varias veces mi lealtad hacia ti.
- ¡Vamos!
Muéstrate para mí, todavía no puedo olvidar tu rostro- La voz de Dael era tan grave
que podría hacer vibrar los pocos vidrios de las ventanas, se volvió a escuchar
los tacones, primero lentos y después parecían entrar en un frenesí ilusorio.
Necesitaba verla, necesitaba su olor, su sabor, su calor, aquella mujer se
había convertido en su peor síndrome de abstinencia.
- Mucha gente.-
Se limito a decir, intentaba sonar no tan deseosa, no tan inquieta pero Dael podía
escuchar sus golpecitos al suelo, incluso el líder creyó percibir la
respiración de la bella dama muy cerca de él.- Prefiero que no sepan quien está
detrás de la voz.
Historia de las cuatro guerras: Rubí de fuego
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